-¿Que te impulso a ir a las misiones?
Desde niño, aún antes de ser seminarista, siempre admiré a los misioneros y misioneras que, impulsados por la fe y el amor, estaban dispuestos a compartir la vida y la fe con otros hermanos de lejos. Recuerdo a la Hna. Teresa, una religiosa de mi colegio que queríamos mucho y que, de repente, dijo que nos dejaba porque se iba a vivir a Guinea “con los negritos porque ellos me necesitan más”. Eso siempre me marcó.
Ya siendo sacerdote, mi corazón andaba inquieto y seducido por la misión en Tánger (Marruecos). Pero Dios y la Iglesia tenían preparados otros planes… ¡benditos planes! Gracias a Dios, me enviaron a Chimbote (Perú).
-¿Por qué Perú y no otro lugar?
Sin duda, fue el Buen Dios quien a través de su Iglesia me lanzó a la misión en el continente latinoamericano. Como decía, mi inquietud misionera se inclinaba por el diálogo con los musulmanes en su propia tierra. Hacía tres veranos que visitaba Tánger y sentía que pronto iría a Marruecos. Quería vivir el diálogo interreligioso como minoría. Sin embargo, fui enviado a Chimbote a reemplazar a Pepe Lozano, quien por motivos de salud debía regresar a España. Así de simple fue el cambio de planes. ¡Porque los planes de Dios son impredecibles!
-¿Tienes pensado volver a España?
Eso ya no depende de mí. Así como tampoco dependió de mí, ser enviado al Perú. Solo Dios, a través de las mediaciones eclesiales, sabe donde pasaré el resto de mis años, compartiendo la vida y ejerciendo el ministerio sacerdotal. Y la verdad es que no me preocupa demasiado el lugar. Sé que mis padres piensan de otra forma y por eso, lamentablemente, les hago sufrir.
-¿En qué año te fuiste?
En octubre del año 2008, cuando estaba viviendo como sacerdote en Almoradí. Fue triste y emocionante a la vez. Estaba tan contento en Almoradí, trabajando junto a Don Francisco, Don Benjamín y Don Aldo, que costaba dejar lo conocido rumbo a lo desconocido.
-¿Has conocido a misioneros de muchos países?
Sí, muchísimos. En estas tierras latinoamericansa, hay muchos misioneros, la mayoría provenientes de Europa y Norte América. Solo en el Perú, somos 91 sacerdotes diocesanos españoles, sin contar los sacerdotes religiosos.
A pesar de la diversidad de nacionalidades, lenguas y culturas, en la misión se descubre que la Iglesia es una familia maravillosa y uno se siente en casa en cualquier lugar del mundo. La fe nos hace hermanos y hermanas allá donde estemos. La fraternidad universal que nace de la fe es una gracia que no pueden gozar los que se aíslan y encierran en su pequeño mundo.
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